Inmigración en España. De la patera al consejo de administración

La inmigración ya no es un fenómeno que vemos venir, sino que ya ha venido. España tiene la mayor tasa de llegada de inmigrantes de toda Europa. Según el INE, en España en 1998 había censados unos 600.000 extranjeros, muchos de ellos residentes europeos en nuestras costas.

En 2003 la cifra alcanza más de 2,6 millones. Esto es, el dato se ha multiplicado por 4,18 en tan solo cinco años, alcanzando en 2003 el 6,24% de la población española, y esto teniendo en cuenta los datos censales que no recogen la totalidad de potenciales residentes.

Hoy parece que ya se habla de que hemos superado los 3,5 millones y, según nuestras previsiones, en el año 2010 superaríamos los 5,5 millones.

Esta afluencia reciente y masiva de inmigrantes está teniendo unas fuertes repercusiones sociales y económicas. Desde el Gobierno se ha tratado de regular normas de extranjería que permitieran gestionar el flujo inmigratorio sin conseguirlo. Y hoy en demasiadas ocasiones se habla del «problema de la inmigración». Sería interesante preguntarnos antes por qué se ha producido este flujo migratorio, ya que es posible que la conclusión sea que lejos de ser «un problema», nos encontramos con la solución de un problema previo.

Clasificación

Los flujos de extranjeros que vienen a España son de tres tipos: uno, el predominante, es el que realmente podríamos denominar inmigratorio; el segundo es el de los residentes europeos, muchos ellos tras su jubilación se ubican en nuestras costas y previsiblemente se mantendrá en los próximos años; el tercero, el de los jóvenes de países desarrollados, que encuentran en nuestro país un entorno hospitalario y afable en el que residir un cierto tiempo atraídos por nuestra calidad de vida. Este tercer flujo, mucho menor, sólo tiene incidencia en las grandes ciudades españolas (Madrid y Barcelona), así como otras ciudades con una importante vida universitaria.

Nos referimos a inmigración cuando se da un flujo de naturaleza fundamentalmente económica, laboral y que se genera cuando se produce un diferencial de renta entre una zona (origen) y otra (destino). Cuando en un lugar hay trabajo y cuyas rentas de trabajo representan una mejora sustancial respecto a su país de origen. Pensemos en este punto que el planeta está viviendo un tremendo boom demográfico, pero que esté está concentrado en los países menos ricos. La presión de salida va a ser una constante. Pero para que se produzca un flujo también tiene que haber un destino que ofrezca «diferenciales de renta». Como es el mercado laboral español de finales de los 90.

Si pensamos que la presión de salida es cuasi-infinita, podríamos preguntarnos qué ha pasado en España para que sea un foco de atracción. La respuesta es que hemos tenido un crecimiento económico que ha generado empleo de manera constante desde 1994, pasando de unos 12 millones de empleo, en 1993, a más de 17 millones, en 2004. Pero además, otro factor es que una parte del empleo, por supuesto el que no está en las estadísticas, no ha sido ocupado por los españoles.

En España hemos tenido un tremendo cambio demográfico que pasó desapercibido de la opinión pública durante años. Desde 1978 a 1998 hemos bajado la tasa de natalidad de 3 a 1 hijos por mujer y se ha retrasado la edad media a la que se tienen los hijos. Todo ello ha generado que bajemos de un nivel de nacimientos en los años 50-70 de entre 650.000 a 700.000 niños a tan solo 360.000. Esto lo notaron las maternidades, luego las guarderías, los colegios, la universidad. Y desde hace unos pocos años el mercado laboral. Y que cuando se restringe la oferta sube los precios y la demanda se resiente.

Los primeros que salieron del mercado fueron los puestos menores de la pirámide productiva, los menos atractivos. Los puestos que ni siquiera están en las estadísticas. Los empleos ilegales. El empleo negro. Y ahí empezó a llegar la inmigración. Una inmigración que no le importaba ni los contratos, ni las regulaciones, sino simplemente la renta del color que fuese.

Adicionalmente, otras industrias de trabajo manual empezaron a tener dificultades para encontrar trabajadores. Y así hoy, una parte importante de dos industrias completas como son la agricultura y la construcción se pueden desarrollar gracias a la mano de obra inmigrante.

La inmigración está trabajando básicamente en puestos muy básicos en los que la mano de obra, la fuerza del trabajo es lo que se requiere. Sin embargo, también está alcanzando a puestos de servicio, especialmente en trabajadores procedentes de Latinoamérica, que tienen el nivel de español que les capacita para ese tipo de actividades. Así, ya tenemos cadenas de restauración que tienen un porcentaje muy amplio de mano de obra cubierta por inmigrantes. La inmigración se ubica funda- mentalmente en puestos no cualificados de trabajador manual (agricultura, construcción e industrias básicas) como en algunos casos en puestos de servicios simples. En este sentido, la inmigración, lejos de ser un problema, se convierte y tiene que ser percibida como una solución para un problema que nos hemos generado con la bajada de la natalidad.

Evidentemente la inmigración genera grandes temas que hay que tratar de arreglar, desde la acogida, su regulación, la integración social, el acceso a viviendas, la creación de barrios que se convierten en auténticos guetos, la protección social, los servicios sociales, etc.

En otros países europeos en los que la inmigración tiene saldos netos mucho más altas que los nuestros de hoy, pero que previsiblemente alcanzaremos, es un importante tema de debate político y constituye un foco de inspiración nacionalista que está convulsionando a países europeos como Austria, Holanda o Francia, ya que se está suscitando un sentimiento xenófobo que tiene cierto grado de receptividad social.

Soluciones

Hoy por hoy, no tenemos un problema de oferta en los puestos cualificados. Esto se debe a dos razones. Por una parte, porque llega al mercado laboral más tarde que los puestos no cualificados (en torno a los 23-24 años), esto es, en estos años están llegando al mercado laboral los jóvenes universitarios de las últimas generaciones fecundas (los nacidos en torno a 1978). A partir de ahora tendremos menos jóvenes. Aunque cada año menos, tenemos una capacidad para sacar al mercado unos 200.000 titulados universitarios. España ha generado una gran capacidad de generación de titulados, ya que mientras las pirámides de población mostraban un descenso en su base, hemos multiplicado por tres el número de universidades, tanto públicas como privadas.

Las empresas españolas en un futuro inmediato tendrán que recurrir al reclutamiento internacional para atraer hacia España a los mejores, especialmente cuando tenemos base y atractivos para poder competir en un mercado laboral global entre jóvenes de potencial en sus primeras experiencias profesionales. La incorporación de jóvenes de talento del mercado internacional al colectivo de \’trabajadores del conocimiento\’ será una realidad en aumento, aunque no se plasmará como un hecho social relevante hasta el final de la década, ya que en el mercado de títulos universitarios seguirá existiendo una alta oferta de profesionales locales.

Las leyes del mercado, y el tiempo, harán que en unos años la pirámide de puestos productivos se vaya poblando de inmigrantes, y luego de hijos de inmigrantes, también de inmigrantes cualificados. Y llegará un momento en que habrá técnicos de otras etnias, de otras religiones, y todos ellos pagarán nuestras pensiones y demás prestaciones sociales. Y poco a poco irán viajando desde la ?patera? hasta el consejo de administración. No lo dudemos, algunos de ellos serán emprendedores, o tendrán hijos emprendedores, o estudiarán en nuestras escuelas de negocio, serán MBA altamente demandados, y directivos. Y algunos tendrán éxito y se sentarán en los consejos. Esto pasará, la cuestión es cuándo.

Y gracias a todos ellos la economía podrá seguir siendo competitiva, porque se adecuará oferta y demanda. ¿Podemos imaginarnos qué sería del mercado laboral español y de la economía española sin la inmigración? ¿Por tanto, es la inmigración un problema o es la solución a un problema que nos generamos nosotros mismos?

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