En España la investigación está muy por detrás de otros intereses más vistosos

Roberto Gallego es doctor en Fisiología, investigador del Instituto de Neurociencias, profesor de la Universidad Miguel Hernández y está a punto de cumplir su mandato de dos años como presidente de la Sociedad Española de Neurociencia. El científico señala que España sigue lejos en laboratorios y en inversión con respecto a Alemania, Francia o Inglaterra y lamenta que la ciencia siga siendo todavía una cuestión de segundo orden.

¿Cuántos profesionales forman parte de la Sociedad Española de Neurociencia (SENC) y cuál es su función?

La SENC constituye un foro de presentación y discusión de trabajos de investigación y de contacto entre los grupos de investigación con vistas a futuras colaboraciones. La SENC nació en 1985 y agrupa a más de mil científicos que tienen en común su trabajo de investigación en el sistema nervioso. Entender el funcionamiento normal y patológico del cerebro, que es el objetivo último de la investigación neurocientífica, requiere abordajes muy diversos, por lo que entre los miembros de la SENC hay desde matemáticos hasta médicos, pasando por físicos, bioquímicos, informáticos, psicólogos, biólogos, farmacéuticos, veterinarios etcétera. En realidad casi desde cualquier área del saber se puede investigar la estructura y función del cerebro.

– ¿Qué traslado tiene a la sociedad el trabajo que ustedes hacen?

Los investigadores que forman la SENC trabajan en campos muy diversos, desde investigación en aspectos básicos de la biología del sistema nervioso, aparentemente muy alejados de cualquier aplicación práctica inmediata, hasta problemas concretos de enfermedades cerebrales. La sociedad debe entender que las aplicaciones de los conocimientos científicos son muchas veces impredecibles y a veces sólo se producen al cabo de bastantes años. Los países importantes en la generación de aplicaciones técnicas y médicas de los descubrimientos científicos, las que producen beneficios económicos y sociales, son aquellos que tienen una investigación de tipo no aplicado muy potente. La aplicación práctica a problemas como el tratamiento de enfermedades surge muchas veces de trabajos que no tenían en principio intención de encontrar nada que pudiera emplearse para ese fin. Por otro lado, el conocimiento de los mecanismos cerebrales que determinan nuestra conducta tendrá importantes implicaciones sociales. Ya no vemos a los enfermos de esquizofrenia como hace 30 años. De manera análoga la forma en que la sociedad considerará determinadas conductas variará cuanto más sepamos sobre sus determinantes biológicos.

– ¿Cómo está España en el contexto mundial de la neurociencia?

España es un país de segunda división en investigación, estamos peor que los de primera, con los que pretendemos codearnos en otros aspectos sociales y políticos, pero mejor que los de tercera. Sólo aumentando notablemente la calidad y sobre todo el número de laboratorios se podrán conseguir réditos económicos, que parecen ser los únicos que ahora importan, del trabajo de los científicos. Esto naturalmente requiere un esfuerzo económico y organizativo que debería mantenerse durante bastantes años. Mientras tanto, aunque con un cierto maquillaje, seguiremos apuntados al «que inventen ellos». En neurociencia, como en otros campos, hay investigadores en España de primera fila mundial, pero cuando comparamos el número de laboratorios y la calidad de la totalidad de la investigación neurocientífica con lo que existe en países vecinos como Francia, Inglaterra, Holanda o Alemania, la distancia sigue siendo muy notable.

– ¿Vamos a una sociedad donde serán más cada vez más frecuentes las enfermedades neurodegenerativas?

Sin duda alguna. El crecimiento de las enfermedades neurodegenerativas deriva del aumento de la duración de la vida y, posiblemente, de la presencia creciente de contaminantes en el medio ambiente.

– ¿Por qué sigue siendo difícil investigar en España?

Podría achacarlo a la falta de una cultura científica y laica que arrastramos desde hace varios siglos, pero en el momento actual diría que hemos creado una sociedad obsesionada por las gratificaciones inmediatas y por tanto muy poco compatible con la labor científica que cuando produce resultados lo hace a menudo después de años de esfuerzo y en general sin grandes recompensas económicas. Los gobernantes, que rara vez miran más allá de las próximas elecciones, tienen una parte importante de la culpa. No hay más que mirar alrededor, en nuestro entorno, para darse cuenta que la investigación está muy por detrás de otros intereses más vistosos.

– ¿Qué mea culpa deben en cambio entonar los científicos?

El de no haber sabido levantar la voz en contra de la deriva en la financiación de la investigación hacia programas oportunistas, originados a veces por puro interés localista e inmediato, en lugar de buscar una competición sana basada estrictamente en la calidad científica de los proyectos. Los científicos muchas veces no decimos lo que pensamos a las autoridades de las que depende la financiación, así que tampoco parece lógico quejarnos después.

Fuente original: Diario Información

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