Curioso análisis del programa de cuatro «El Aprendiz»

el-aprendizEn uno de tantos momentos en los que la telerrealidad parecía haber entrado en crisis, una curiosa pareja de genios –uno de los negocios y otro del reality show– consiguieron reinventar este género televisivo que, periódicamente –y para disgusto de muchos–, renace de sus propias cenizas.

El magnate Donald Trump y Mark Burnett, productor ejecutivo de grandes éxitos como Supervivientes, desarrollaron con El Aprendiz un nuevo concepto de telerrealidad: el de los emprendedores que quieren triunfar en el mundo de los negocios. Trump vio en este formato una magnífica oportunidad para que cualquiera pueda emprender y facilitó su filosofía de la vida y de la empresa a dieciséis concursantes que deberían cumplir con diversas misiones, desde poner en marcha un pequeño negocio de perritos calientes a abrir una tienda en un barrio con altos niveles de delincuencia.

El magnate estadounidense era el principal reclamo para el formato, que ofrecía como premio un puesto directivo en el amplio conglomerado Trump. Incluso cuando el programa comenzó a flojear, en 2005, el millonario pensó en una solución mediática: aprovechar el tirón como conductora de Martha Stewart, multimillonaria de la comunicación de 63 años, condenada por mentir en la investigación sobre la venta de sus 4.000 acciones de la firma ImClone justo antes de la caída del precio de éstas.

Candidatos a presentador polémico no le faltaban a Trump: podía ser Frank Quattrone, el banquero de Crédit Suisse First Boston, sentenciado por obstrucción de la justicia; Dennis Kozlowski o Mark H. Swartz, ex presidente y CFO de Tyco Internacional respectivamente, a quienes se les imputaba haber creado un agujero de 600 millones de dólares en su empresa; o Richard Scrushy, ejecutivo de HealthSouth, donde llevó a cabo un fraude contable de 2.600 millones de dólares.

En este punto se plantean algunas preguntas sobre las enseñanzas que este programa puede ofrecer a directivos y emprendedores, teniendo en cuenta que se trata, para bien o para mal, de un reality show. Un concurso, al fin y al cabo, pero que ha creado una franquicia que también ha triunfado en Reino Unido, con Alan Michael Sugar –cuya fortuna personal se cifra en 1.160 millones de dólares– como maestro de ceremonias.

El reclamo empresarial en la versión española es Lluis Bassat, considerado por muchos como el mejor publicista del siglo XX, y que está encargado de repetir cada semana el ya famoso lema: «Está despedido».

Para Douglas McEncroe, director de McEncroe Group, «Trump es un especulador que ha hecho mucho dinero, pero no es un gran empresario. El fundador de este formato televisivo no es un paradigma del liderazgo, sino más bien un prototipo de lo que refleja la película Wall Street, protagonizada por Michael Douglas. Es un modelo en desuso y fuera de todo contacto con la realidad».

McEncroe asegura que «los comportamientos de los concursantes españoles de El Aprendiz están bastante desfasados, con actitudes muy agresivas –tipo década de 1980– que no tienen demasiado que ver con las ideas de liderazgo en 2009. Se trata de comportamientos en los que el objetivo es ganar a toda costa y trepar sobre los cadáveres de los demás, cuando el liderazgo debe ser trabajo en equipo, marcar la dirección, esfuerzo o compromiso». McEncroe añade que el programa nos muestra «dos grupos de yuppies individualistas y competitivos, y este es precisamente el comportamiento que ha creado la crisis que tenemos ahora».

Luis Huete, profesor del IESE, coincide en que, en términos de reclutamiento, el foco se pone cada vez más en las actitudes, y aquí no vale «la del tipo duro con pefil casi de psicópata. Hoy falta visión periférica, gente con capacidad de promover confianza y colaboración».

Huete cree que el perfil de tipo frío, duro, egoista e individualista «es de otro tiempo. Aunque televisivamente queda bien, es lo que nos ha conducido a la crisis pero, por muy inteligentes que sean estos tipos, son nefastos para la empresa». Curiosamente, uno de los concursantes de esta edición en España, proclive a las faltas de respeto, a los insultos y a mostrar una gran arrogancia e ir en contra de las normas de la prueba, abandonó en el segundo programa.

Respecto al modelo de valores y de vida que ofrece el programa Juan Carlos Cubeiro, director de Eurotalent, recuerda que «en la década de 1980 tenía más valor la competitividad, y ahora lo tienen la honestidad, la humildad y el trabajo en equipo. Se premia al ser humano integral».

Cubeiro se felicita por el hecho de que un programa de televisión se ocupe de asuntos empresariales para el gran público, aunque critica la falta de experiencia real de los candidatos: «No podemos permitirnos el lujo de gente con másteres que no hayan trabajado. Es necesario hacer prácticas y vivir la vida real».

Fuente Original: ExpansionyEmpleo

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